Tercera y última parte de la saga de Falcó, de Arturo Pérez Reverte. En esta ocasión Falcó se traslada al París de 1937, un París que vive la alegría de los cabarets, de los bohemios, los artistas, los pintores, los nuevos ricos... pero también nido de espías, agentes dobles, republicanos exiliados, fascistas arrogantes y complots de todo tipo.
Es enviado a París por el almirante con una doble misión, deshacerse de un importante líder de la resistencia republicana y sabotear el Guernica de Picasso, que va a ser expuesto en el pabellón español de la República en la Exposición Internacional.
Nuestro espía favorito se está volviendo cada vez más mordaz e inteligente. Consciente del devenir que le espera a Europa con el ascenso del fascismo sabe arrimarse al mejor postor, jugando a todos los palos con una sagacidad que le permite salir airoso en casi todas las ocasiones aunque, eso sí, dejando víctimas por el camino.
Y si todo ello lo puede rematar con unos buenos revolcones con las mujeres más interesantes que se cruzan en su camino, podemos decir que es todo un campeón de la vida.
El Almirante también goza de mi simpatía (literaria, por supuesto) y sus apariciones, aunque esporádicas, están cargadas de humor del bueno, del gallego, ... carallo.
Esperemos que esta no sea la última aventura de este antihéroe que tan buenos ratos nos está haciendo pasar. Me alegro de haberme reconciliado con Pérez Reverte hace tiempo; no me lo habría perdonado.
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