Violette es la encargada del cementerio de un pequeño pueblo francés. Por su casa pasan los trabajadores de la funeraria, sus compañeros de trabajo, las familias de los fallecidos.. para todos ellos tienen siempre disponible un dulce, un té y una buena conversación. Guarda en un diario una reseña de cada uno de los enterramientos que ha tenido que presenciar: qué clima hacía ese día, qué palabras dedicaron al difunto, si se celebraba su vida o le despedían con desprecio. Rodeada de un precioso huerto y cultivando las flores que ella misma vende, Violette ha conseguido encontrar la paz en el lugar más doloroso para ella, el lugar donde descansa para siempre su propia hija.
Sin embargo, la visita de un hombre que quiere enterrar las cenizas de su madre en la tumba de un desconocido pondrá su mundo patas arriba y descubrirá el terrible secreto de su pasado familiar.
Con gran sorpresa descubro esta novela llena de optimismo y alegría de vivir, la alegría que sale de los que a diario trabajan con la muerte y que, por eso mismo, valoran la vida por encima de todo. Tristeza y alegría en una novela que deja muy buen sabor de boca, aunque no se espere de ella una gran literatura.
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